viernes, 13 de junio de 2025

«Megalópolis», de Francis Ford Coppola o el desvarío.

Una «fábula» en la que sobran humanos logorreicos y faltan animales razonables…

 

Título original: Megalopolis. A fable.

Año: 2024

Duración: 128 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Francis Ford Coppola

Guion: Francis Ford Coppola

Reparto: Adam Driver; Nathalie Emmanuel; Giancarlo Esposito; Aubrey Plaza; Shia LaBeouf: Jon Voight; Laurence Fishburne; Dustin Hoffman; Talia Shire; Jason chwartzman; Kathryn Hunter; Grace VanderWaal; Chloe Fineman; James Remar; D.B. Sweeney; Isabelle Kusman; Madeleine Gardella; Balthazar Getty; Sonia Ammar; Charlene Amoia; Charlie Talbert; Bailey Coppola; Sean Hankinson; Matthew James Gulbranson; Jade Albany Pietrantonio; Muretta Moss.

Música: Osvaldo Golijov, Grace VanderWaal

Fotografía: Mihai Malaimare Jr.

         

          Bueno, al final la he acabado viendo. En televisión, claro, porque cuando me quise espabilar para verla en pantalla, donde se debe ver, no había posibilidad humana de hacerlo, tras las críticas despiadadas que cortaron en seco lo que podía haber sido una carrera comercial.

Me senté ante la película con la más favorable de las predisposiciones, un poco por ese espíritu de pepito grillo contestón contra el parecer general, tan extendido, de que Coppola nos había entregado un fiasco, una chapuza, algo que de ningún modo estaba a la altura de sus grandes obras, ¡y ni aun de las menores, como Tetro!  Acabada de ver, decisión que tomé por respeto al autor de El padrino, Apocalypse now o Cotton Club, entre otras, he de rendirme a la evidencia y reconocer que, en efecto, Coppola, acaso con la mejor intención vanguardista, nos ha entregado un truño muy difícil de digerir.

He tenido la sensación, desde el arranque, que el subtítulo, «una fábula», era algo así como la «licencia para matar» de 007, es decir, la libertad de desarmar y atropellar narrativamente una historia que no acaba de funcionar, ni como parodia, ni como sátira, ¡y mucho menos como drama!, en ningún momento. Y todo ello a pesar del derroche de imaginación que advertimos en una puesta en escena a la que parece fiarse toda la capacidad de sorpresa, porque el trasplante de la Roma antigua a la Nueva York del futuro, a pesar, insisto, de las buenas intenciones, cae en el más triste de los ridículos, lo cual me parece un insulto —autoinsulto, en este caso— a la carrera de un director fundamental en la historia del cine.

Cualquier capítulo dela serie Yo, Claudio, de Herbert Wise, tiene bastante más interés que esta larga historia de un diseñador de mundos interpretado por un Adam Driver convenientemente latinizado, un poco al estilo de James Mason y Marlon Brando en Julio César, de  Mankiewicz, y aun estoy dispuesto a reconocer que es el único que destaca en un reparto en el que hay multitud de papeles ingratos, por decir algo suave, que dejan en ridículo a quienes intentan sacar partido fílmico de ellos, como Voight o Hoffman, por no hablar de la Livia de tercera clase que es Aubrey Plaza, una periodista cercana al poder, al que accede a través del sexo.

Lo sorprendente es que una historia de la decadencia de Roma se nos muestre aquí como el fundamento de la sociedad del futuro, en la que todas las bajas pasiones humanas tienen su asiento. Sí, es cierto que hay un intento de forjar un discurso sobre la responsabilidad del artista que diseña espacios urbanos como el marco de utopías sociales, pero el desarrollo de las escenas de la vida de la ciudad nos traen los mismos viejos ritos de siempre, las mismas relaciones de poder de siempre y las mismas vacuidades de siempre, y a través de ellas percibimos esa sensación de hormiguero público ajeno a los problemas esenciales de la población, que aquí figura como mera espectadora de las vidas glamurosas de los poderosos, de sus fiestas, de sus ritos, de sus choques, de sus ambiciones y de sus seducciones. Diríase que no existe la vida privada, que todo transcurre ante los ojos de los espectadores, quienes, tras vallas y en rigurosos colores obscuros, contemplan el espectáculo de los poderosos como el único circo posible.

No voy a negar que la imaginería visual de Coppola, ayudado por las nuevas tecnologías, hace posible un mundo futurista que llama la atención cansada del espectador, pero hay tantísimo movimiento desordenado de personajes, tantísimas escenas de torpe relleno y nulo interés que la trama queda totalmente desdibujada, y te desinteresas de ellas desde los primeros compases, por incapacidad para sacarle un jugo conceptual o emocional que no aparece por ningún lado: parece una galería de tarados exhibidos en un circo romano, ¡lejísimos del interés soberbio que despierta el dramático, humano y compasivo de Tod Browning en Freaks!

          La retórica del exceso, curiosamente, ha de estar muy medida, si no se quiere caer en la trampa del caos, del matalotaje. Y la puesta en escena no cubre, ¡afortunadamente!, la distancia tremenda que nos separa de la hipotética empatía que los espectadores han de sentir con algo al menos de lo que ocurre en pantalla y con quienes lo protagonizan. Coppola no deja en ningún momento que haya el más mínimo resquicio por el que se cuele esa empatía: todo es apabullante, excesivo, desmesurado, inabarcable…, y el resultado es el de una frialdad que nos vuelve ajeno cuanto ocurre en pantalla: monstruos, sí, pero encerrados en una mónada en la que se agitan como en el famoso saco de la poena cullei el mono, el perro, el gallo y la víbora…

          ¡Cómo me hubiera gustado escribir una crítica en que convenciera a propios y extraños de la maravilla que deberían ver, no tanto por ser de Coppola y por haberse este empeñado hasta las cejas, cuanto por la historia maravillosamente contada que nos hubiera propuesto! No ha sido así, y, con todo, hay en la película suficiente imaginación como para, desentendiéndose de la fábula, disfrutar de algunos hallazgos visuales y algún que otro número circense muy notable. Aún recuerdo, de Tetro, la maravillosa escena de la danza, que valía por toda la película, un momento mágico muy difícil de encontrar incluso en las películas excelentes, pero no realizadas por un genio. No digo, con todo, que eso solo invite a ver la película, pero servirá de consuelo, al menos, para quienes, por fidelidad a Coppola, verán la película, a pesar de las críticas, esta incluida.

 

         

2 comentarios:

  1. Vaaaya ! tienes razón, yo tb deseaba leerte q no, q la crítica ha destrozado injustamente una película. Q no la ha entendido, que contiene secretos ocultos q sólo alguien como tú podría descubrir y descifrarnos, pero va a ser q esos secretos ocultos se los ha guardado Coppola para mejor ocasión, por lo q te he leído. Lo siento de verás, como bien dices además de haberse empeñado hasta las cejas, Coppola se merecía otro broche a su dilatada y genial trayectoria y no un pedrusco como parece le ha salido. En fin, mil gracias por tu esfuerzo, por tu coherencia sincera y por esta maravillosa reseña de una desastrosa película , q sin embargo firmó el gran Coppola...los genios tb lloran y se equivocan ; )

    Un beso JUAN!

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    1. Querida maría: Aciertas de lleno. Ha sido un querer y no poder, porque ha desaparecido el concepto tradicional de "fábula" y ha sido sustituido por el de "chirigota" o por el de "saturnal", si nos ponemos en su plan romano. El exceso ha de tener las secuencias muy medidas y meditadas, pero no se puede empezar en la cúspide el mismo y que, durante más de dos horas, no haya progreso ni nada parecido, sino un tono plano, monocorde, más acorde con las películas de tesis que con las que retratan la naturaleza humana en toda su complejidad: en esta película los seres humanos han sido sustituidos por caricaturas, pero sin gracia ni atractivo ni interés. ¡Una desilusión tremenda, cierto! No me queda claro si la has visto o si esperabas alguna opinión de alguien con quien suelas coincidir, como nos suele pasar a ti y a mí. Por supuesto, no le voy a recomendar a nadie que, solo por el hecho de firmarla Coppola, la vea, pero echarle un vistazo por si yo mismo me haya podido equivocar de medio a medio sería, creo yo, lo prudente... Un beso.

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